Tenía yo cinco años cuando me presentaron a Martí: me llegó antes de saber leer. Fue la maestra de preescolar, como atisbo y augurio de un amor grande por las letras, quien nos acercó desde las páginas de La Edad de Oro, así que Martí también fue mi maestro de primaria… y mi compañero de poesías aprendidas con sus Versos Sencillos, y hasta el educador de una actitud cívica caballeresca en cada una de sus frases.
Después Martí siguió allí, cada 28 de enero, entre bailarinas españolas por los matutinos escolares, las lecciones del “sabichoso” Meñique, o en el llanto de Nené y el crimen de romper un libro.
Los personajes de Pilar, de Los zapaticos de rosa, y de Nené Traviesa, en la obra Evocación, miniatura del camagüeyano Juan Carlos Fernández Jiménez.
Luego, en la adolescencia nos hablaron del pensador, del revolucionario, del partidario político, del gran líder de discurso vehemente, profundo y directo… del Martí en la historia del presidio, el sufrimiento y la muerte… pero no nos dijeron con detalle que en todos ellos: Pepe, José Julián, el Delegado, el Maestro… el universo común era la poesía y que cuando esta se funde con la fuerza del sentimiento genuino y un alto ideal, entonces nace quien trasciende la historia.
Duele que a veces se hable tanto solo del nombre, que se repitan como etiquetas sus frases, sus aforismos… y que de tanto ponerlo en todas partes, se pierda al hombre entre el hastío y el mito.
Ya se ha hablado de Martí como poeta, crítico de arte, periodista, diplomático, masón…, pero poco se ha dicho de nuestro José Julián como traductor, solo lo hacen los avezados en idiomas extranjeros y en la creación literaria. Es difícil explicar al que desconoce de lenguajes foráneos acerca del vastísimo dominio de las lenguas en las que solía moverse ya como bailarín equilibrista o príncipe de la oratoria, sin usar términos complicados. No vamos a hablar de giros idiomáticos, equivalentes semánticos o gramaticales, o de cómo elegía mantener o reconstruir una imagen en un texto dado: baste con decir que poseía un impresionante arsenal de recursos poéticos y lingüísticos.
Martí tradujo novelas y poesía. Además, para la Casa Editorial Appleton trabajó un libro de nociones de Lógica y un compendio de Geografía. Con ese dinero hasta pudo invitar al padre a pasar tiempo juntos en los Estados Unidos.
Los zapaticos de rosa, del poema incluido en La Edad de Oro, en Y dice…, obra en miniatura de Juan Carlos Fernández Jiménez.
Para los niños hizo las traducciones más bellas, sí, allá en La Edad de Oro. Es de alabar la mera elección de los textos, espejo de una sensibilidad profundísima para hallar la pieza justa que trasmita tanto idea como emoción. De seguro le produjeron emoción cuando las leyó, y tanto se le parecieron a su propia estética y ética de vida, que me parece verlo recostado a la luz de una vela por noches largas, traduciendo, para contar a los niños de lo que encontró, porque nadie como él para meterse la mano en el corazón y sacarse un pedacito del alma, y esparcirla como semilla queriendo que siempre cayera en tierra fértil, que diera por fruto “gente bella”, que era para él como decir gente “buena”.
Del francés Laboulaye tradujo El Camarón Encantado y Meñique. Del filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson elige una fábula en versos que eleva en su cualidad poética desde el título mismo, cuando transforma The Mountain and the Squirrel (La Montaña y la Ardilla) en Cada uno a su Oficio. La versión más tratada por estudiosos y entendidos es la recreación de The Prince is Dead, de la también norteamericana Helen Hunt Jackson. A ex profeso toma del original la idea y lo convierte en Los Dos Príncipes, uno de los romances más tristes y bellos del idioma español.
Hoy vamos a recordarlo desde la poesía que hace sublime hasta el dolor en el acto de la muerte. Le presento el poema original y una modesta traducción, de las que quieren ser “fieles al texto” y luego dígame usted si no retumban en la memoria los octosílabos de nuestro Martí por encima de la idea y el tiempo.
THE PRINCE IS DEAD
Por Helen Hunt Jackson
A room in the palace is shut. The
king/And the queen are sitting
in black./All day weeping servants
will run and bring,/But the
heart of the queen will lack/All
things; and the eyes of the king
will swim/With tears which must
not be shed,/But will make all
the air float dark and dim,/As he
looks at each gold and silver toy,/
And thinks how it gladdened the
royal boy,/And dumbly writhes
while the courtiers read/How all
the nations his sorrow heed./The
Prince is dead.
The hut has a door, but the hinge
is weak,/And to-day the wind
blows it back;/There are two
sitting there who do not speak;/
They have begged a few rags of
black./They are hard at work,
though their eyes are wet/With
tears which must not be shed/
They dare not look where the
cradle is set;/They hate the
sunbeam which plays on the
floor,/But will make the baby
laugh out no more;/They feel as if
they were turning to stone,/They
wish the neighbors would leave
them alone./The Prince is dead.
EL PRÍNCIPE HA MUERTO
(Poema de Helen traducido por el autor de la crónica)
Hay una habitación cerrada en
el palacio. El rey/y la reina van
vestidos de negro./Los sirvientes
correrán entre sollozos/Pero al
corazón de la reina faltará toda
cosa/Y los ojos del monarca
nadarán en esas lágrimas/Que
no deberían verterse/Pero que
harán flotar el aire en hálito
borroso/Mientras mire en oro
y plata cada juguete/Y piense
cuánto alegraban al niño del
rey/Y se retorcerá en el silencio
mientras los correos lean/Cuánto
todas las naciones se conduelen
con su pena/El Príncipe ha
muerto.
La choza tiene una puerta, pero
la bisagra cede/Y hoy el viento
la echa atrás/Hay dos personas
sentadas, allí, en el silencio,/
Que mendigaron algunos harapos
negros./Trabajan duro, con los
ojos húmedos/De lágrimas que
nunca deberían verterse/No se
atreven a mirar adonde la cuna
yace/Odian hasta el rayo de sol
que juega sobre suelo/Pero qué
no hará reír al niño nunca más/
Se sienten que van convirtiéndose
en piedra/Y quisieran que
los vecinos los dejaran en paz/Su
príncipe ha muerto.
LOS DOS PRÍNCIPES
(Idea de la poetisa norteamericana Helen Hunt Jackson)
El palacio está de luto/Y en el trono
llora el rey,/Y la reina está llorando/
Donde no la pueden ver:
En pañuelos de holán fino/Lloran la
reina y el rey:/Los señores del palacio/
Están llorando también.
Los caballos llevan negro/El penacho
y el arnés:/Los caballos no han
comido,/Porque no quieren comer:
El laurel del patio grande/Quedó sin
hoja esta vez:/Todo el mundo fue al
entierro/Con coronas de laurel:
–¡El hijo del rey se ha muerto!/¡Se le
ha muerto el hijo al rey!
En los álamos del monte/Tiene
su casa el pastor:/La pastora está
diciendo/“¿Por qué‚ tiene luz el
sol?”
Las ovejas, cabizbajas,/Vienen todas
al portón:/¡Una caja larga y honda/
Está forrando el pastor!
Entra y sale un perro triste:/Canta
allá adentro una voz–/“Pajarito, yo
estoy loca,/Llévame donde él voló!”:
El pastor coge llorando/La pala y el
azadón:/Abre en la tierra una fosa:/
Echa en la fosa una flor:
–¡Se quedó el pastor sin hijo!/¡Murió
el hijo del pastor!
(Por Roger Blanco Morciego/ Poeta y traductor para Adelante)