Al margen de la riqueza de un texto, estrecheces al leerlo y difundirlo pueden empobrecer su interpretación. Parece ocurrir con el discurso pronunciado por Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005, del cual suelen citarse solamente las líneas que afirman que Cuba y su Revolución podrían autodestruirse, “y sería culpa nuestra”. Son líneas importantes, sin duda; pero no están sostenidas en el aire.

Con el presente artículo no se pretende esbozar siquiera la lectura que el discurso merece —y no pocas personas habrán hecho de él— por ser su autor quien es y estar el texto pleno de significación e implicaciones a lo largo de unas sesenta cuartillas bien nutridas. Se aspira no más aquí a llamar la atención sobre la necesidad de no quedarse en las líneas aludidas, sobre las cuales volveremos.

En la edición consultada el contador de la computadora señala que esas líneas las preceden 88 864 caracteres sin espacio entre ellos, y les siguen otros 72 747, lo cual equivale a 18 290 y 15 389 palabras, respectivamente. Eso indica un relativo equilibrio, asociable al lugar central que ocupan en la meditación del autor.

Otro elemento en que procede reparar es la reiteración del pronombre nosotros. Una pesquisa cuidadosa podría mostrar sus usos, entre el plural de modestia o de sesgo editorial, y la personificación de un sujeto colectivo y heterogéneo. Se vincula con una afirmación bastante anterior del propio Líder: “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”.

Vale añadir otra precisión obvia: como del lema de José Martí “con todos, y para el bien de todos” quedaban excluidos quienes no cabían ni querían estar en esa totalidad, del nosotros del Comandante se excluyen o autoexcluyen, o merecen ser excluidos, quienes no contribuyan ni quieran contribuir a la Revolución, aunque pudiera parecer que sí.

Muchos recordarán la conversación con jóvenes estudiantes en la que El Líder mencionó el entonces inminente aniversario 60 de su ingreso en la Universidad de La Habana, y del inicio de su visible entrega a la lucha revolucionaria. De aquel diálogo surgió la iniciativa estudiantil de honrar la conmemoración que se acercaba.

No necesitaba el Comandante más honores que los ya encarnados en su vida, pero el político de formación guerrillera era experto en aprovechar revolucionariamente lo que le propiciara trasmitir ideas. Podía ser la inauguración de un pequeño edificio de viviendas o un conspicuo centro de investigaciones científicas, la prédica sobre hábitos para aliviar el consumo de energía eléctrica en los hogares, el recibimiento de una figura relevante, un foro internacional dentro o fuera de Cuba, o un congreso de los Pioneros.

Sus sesenta años de trayectoria política ya identificada con su sello ofrecían motivo y escenario para el despliegue ideológico, máxime tratándose de la salvación colectiva ante peligros de tormentas o indicios de ellas. Por el alcance de la misión revolucionaria del Comandante, sus auditorios siempre desbordaban límites.

Dirigirse especialmente a un público juvenil era además una vía para abonar lo que debía ser, y él aspiraba a que fuera, el futuro de la patria. Hacerlo, por añadidura, desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana le imprimía al mensaje un sesgo de solemnidad que el guerrillero poco dado a formalismos, pero maestro en el arte de la tribuna, sabría honrar.

Tenía de su lado los logros de una Revolución que había puesto a Cuba en el mapa mundial, no solo en el físico, sino sobre todo en el de la dignidad. Y se extendió en ejemplos de esos logros, alcanzados contra la hostilidad imperialista. Enraizado en esa historia, el país había sobrevivido a lo que el propio Comandante llamó el desmerengamiento de la URSS y del campo socialista europeo, y daba los pasos imprescindibles a su alcance, o más, para vencer las condiciones de lo que el mismo Líder denominó período especial. (Cubadebate)