Silvio Rodríguez recuerda con claridad y detalle su reacción cuando le ofrecieron venir a Chile un ya lejano 31 de marzo de 1990. Ese día, ofreció un multitudinario concierto ante 80 mil personas en el Estadio Nacional de Santiago, no sólo en el amanecer de los megaeventos locales, sino que también en los albores del retorno democrático, cuando su nombre y su música ya se podían escuchar con libertad, sin la mirada sospechosa de los militares que habían proscrito sus canciones en los días de dictadura. Fue uno de los encuentros masivos más memorables de la primera parte de los 90 en el país.
“Llevábamos 18 años ‘clandestinos’ en Chile. Algunos compraban nuestros discos en España, les sacaban las portadas y enmascaraban las placas en otras envolturas. Muchos chilenos nos contaban esas cosas que también se hacían con los casetes. De pronto vino el cambio político y la posibilidad de viajar a Chile. Dije que sí inmediatamente”, profundiza el cantautor cubano, en conversación vía mail con Culto, la forma que escoge para dialogar con la prensa desde hace décadas.
Luego retoma: “Entonces, tuve conciencia de la montaña de trabajo que significaría preparar un concierto para ese encuentro. Era febrero y el Festival de Jazz de la Habana iba a comenzar. Chucho Valdés era casi el patrocinador de ese evento, pero cuando lo invité a que se sumara con Irakere (a Santiago) tampoco lo pensó dos veces. Empezamos a ensayar enseguida, en un pequeño centro nocturno que hay en el sótano del Teatro Nacional. En unas tres semanas de trabajo montamos casi 4 horas de concierto. Chucho hizo todas las orquestaciones, transcribió los temas que yo hacía con Afrocuba –que acababa de desintegrarse– y, para colmo, escribió una obra increíble que hizo con Irakere para abrir la noche: Concierto Andino. Todo fue un tanto vertiginoso pero también muy motivador”. (Cubadebate)