Aunque en enero de 1871, Agramonte había reasumido el mando, en octubre el campo de la región era constantemente recorrido por fuerzas españolas sin una eficaz resistencia de la División del Ejército Libertado bajo su mando que en este período había sido golpeada por la presentación de jefes insurrecto, con oficiales y tropas armadas y montadas subalternas inconformes con la disciplina, organización y disposición combativa que el Mayor exigía e imponía.
El Mayor había dedicado varias semanas a un recorrido por parte del territorio disciplinando sus fuerzas; consideraba que los movimientos de concentración y disgregación de las unidades combativas, en incesantes marchas, era indispensables para las acciones contra el enemigo. El 7 de octubre, Agramonte con una tropa 70 jinetes de escolta y exploración, acampa en el potrero Consuegra, al sureste de Puerto Príncipe.
El general de brigada Julio Sanguily Garritte era, en esos momentos, uno de los jefes mambíses más importantes del Ejército Libertador en Camagüey. En un combate, un disparo le alcanzó la pierna izquierda y le destrozó la rótula; solo con una prótesis ortopédica de metal podía caminar torpemente y había que montarlo y desmontarlo del caballo.
Sanguily solicitó permiso al Mayor para al siguiente día siguiente ir al bohío de Cirila López Quintero, joven villaclareña colaboradora de los mambises que atendía enfermos y heridos, para que le lavaran y cosieran las ropas, sucias y deshechas. Una disposición anterior de Agramonte disponía que los combatientes, para salir del campamento tenían que estar autorizado por el jefe superior. Ante la insistencia del Brigadier, Agramonte accede.
Algunos, con más o menos conocimiento de la historia, elucubran sobre una posible relación amorosa entre Sanguily y Cirila; desconocen la historia de la patriota al servicio de la causa independentista; además; si había relación, no era inmoral; los dos eran solteros y llevaban años en la manigua.
Acompañado de sus asistentes Luciano Caballero y Federico Diago y tres enfermos enviados a curarse, llegan por un sendero a dos bohíos rodeado de monte; uno habitado por Cirila, y el otro que hacía de hospital. Son como las 7 de la mañana del dia 8 de octubre. Cuenta Cirila: “…Me dijo que venía a que le lavara unas ropas … y que preparara almuerzo para veinte de la escolta de Eduardo Agramonte…”
Apenas hacía media hora que Sanguily se hallaba en el lugar, cuando Cirila, mirando al monte ve salir a los españoles: “un sargento, cuatro soldados y un práctico, que era Julián Manso.” Seguidamente exclama: “іAhí están los españoles!”.
El enemigo pertenecía a una sección exploradora de 120 jinetes al mando del capitán César Matos, formaba parte de una columna española bajo el mando del coronel Sabas Marín que acampaba en Jimaguayú. Por confidencias de traidores llegaban hasta el refugio mambí para destruir bohíos y asesinar a heridos y enfermos.
Los que rodean al inválido se disgregan. El capitán Diago corre en su caballo a avisar la desgracia al Mayor.1 Luciano Caballero, ofrece sus espaldas a Sanguily y trata de llevarlo hacía el cercano monte; es imposible escapar. El Brigadier se agarra a la rama de un árbol, de la cual se sostiene y le ordena huir; queda a merced del enemigo.
Conducido ante el capitán Matos, que lee las notas del diario del mambí; este le pregunta por el lugar donde se encuentran Ignacio Agramonte y Eduardo Agramonte. El brigadier responde:
—Ruego a usted no insista en esas preguntas que no son dignas de ser dirigidas a un hombre de honor.
Matos hace un saludo de asentimiento; irrumpe una llovizna y como Sanguily está desnudo de la cintura arriba, Matos se quita la suya y la ofrece al brigadier.
La captura del jefe mambí es una importante noticia. Matos envía aviso urgente a Sabas Marín y este envía aviso de la grata captura a Puerto Príncipe. Debió imaginar su entrada a la ciudad con el destacado prisionero; no solo es un triunfo militar, por ser Sanguily un jefe importante, es un golpe político demoledor a la Revolución que, unido a las presentaciones de otros jefes insurrectos, quizás sea el fin del movimiento independentista en la región.
Matos ordena la marcha hacía Jimaguayú. En la vanguardia van 40 hombres, 20 en el centro y 60 a retaguardia en la cual, en un penco flaco, llevan a Sanguily atado por el cabestro a la cola del caballo de un sargento. A la izquierda del Brigadier va el sargento Mont, lo lleva atado por la cintura con una soga que sostiene con su diestra; Caminando van Cirila y cuatro prisioneros más. Se mueven con rapidez por el monte. Llueve.
Mientras, llega el aviso al Mayor; decide hacer todo lo posible por recuperar al Brigadier. Manda a ensillar los caballos que, por sus condiciones, puedan perseguir a los captores antes que se unan al resto de la columna; entonces será imposible el rescate. Solo son 35 jinetes con sus caballos los que parten a la arriesgada misión. Ordena a Reeve que siga el rastro al enemigo y cuando los ubique, regrese a informarle, se suma el capitán Palomino.
Reeve regresa; los españoles han hecho alto en la finca La Esperanza, para beber agua en un pozo del lugar. Hacía allá se dirige la aguerrida tropa mambí. Desde una arboleda, Agramonte divisa la retaguardia enemiga; volviéndose al grupo de valientes, ordena una sorpresiva carga al machete.
—Comandante Agüero, diga a sus soldados que su jefe el brigadier Sanguily está en poder de los españoles, que es preciso rescatarlo vivo o muerto o perecer todos en la demanda.
Y, señalando la dirección del enemigo ordena: ¡¡Corneta, toque usted a degüello!
En la decisión del Mayor, solo se aprecia la convicción de rescatar al compañero y evitar el golpe a la revolución, no se conocen evidencias sobre que el Mayor haya observado otros elementos tácticos de la guerra irregular, que en otras muchas ocasiones Agramonte ha tenido en cuenta ante una acción combativa.
Llueve, los españoles alrededor del pozo, se asustan y se preparan para defenderse; pero, son unas reses al parecer asustadas ante la presencia de los mambises. Después, otra alerta; tocan corneta. Le contesta otro toque que es el conocido por la guerrilla del Rayo. No lo es. Los hombres del Inglesito irrumpen al machete, viene delante Palomino.
Sorprendido, el comandante Matos ordena a echar pie a tierra, atrincherarse detrás de los caballos y hacer fuego contra la carga mambisa que les viene encima y, que, por un momento, se muestra indecisa; pero, el comandante Palomino, blandiendo el machete grita.
—¡Adelante! ¡Yo seré el primero en la carga, seguidme!
Lanza su caballo, va al frente de la vanguardia y arremete contra la línea enemiga abriendo una brecha por la que penetra el resto de la caballería mambisa.
Una característica de la caballería camagüeyana es que los jinetes, además de machete, usan rifles y en las acciones combativas cumplen la orden de combatir como rifleros montados o desmontados. Agramonte desmonta a cinco rifleros para flanquear al enemigo por la derecha y logra desconcertarlos. La fuerza enemiga, que ripostó en un primer momento se desorganiza y es arrollada.
Mientras, el sargento Fernández, que a la cola de su caballo iba atado el que montaba Sanguily, trata de ganar la manigua. El Brigadier con las bridas del suyo trata de impedirlo y la cuerda, por fortuna mambí, se rompe; el aturdido sargento se interna solo en el monte.
Agramonte alcanza solo a ver a un hombre que por la chaqueta que viste lo cree un oficial español y ordena a sus soldados:
—¡Fuego a ese jefe!
Las balas cubanas respetan al ilustre inválido que libre y viendo el desconcierto del enemigo, fustiga su cabalgadura y se dirige hacia sus compañeros. Para advertir su presencia, agita el sombrero en la diestra y grita: “¡Viva cuba libre!” al tiempo que una bala le hiere la mano derecha.
Hay regocijo mambí. Agramonte ordena la última carga que dispersa totalmente a los españoles.
El enemigo dejó en el campo once cadáveres; los cubanos solo dos muertos y cinco heridos, ocupan nueve armas de precisión, dos cajas de cápsulas, tres revólveres, dos espadas, un sable, una tienda de campaña, sesenta caballos y cuarenta monturas.
Hasta las 12:00 de la noche de aquel día, los cubanos escuchan las cornetas españolas llamando a los dispersos. (Cubadebate)